miércoles, 13 de abril de 2016

9-10 Abril. Subiendo el Alto de La Línea, el "Stelvio" colombiano.

Fotos Marika Latsone
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A las cinco y media de la mañana la capital de Tolima amanece entre nieblas y lluvias torrenciales. Las primeras luces del día se encienden tímidamente entre grandes nubarrones que silencian el fulgor del amanecer. Mario nos espera. Es como me había imaginado. Cálido, amable hasta decir basta, cariñoso, sensible y  capaz de ver con los ojos de otros, escuchar con los oídos ajenos y sentir con el corazón de los demás. 



Subimos juntos la Cordillera Central de Los Andes colombianos, entre los departamentos de Tolima y Quindio. Mario ha viajado durante toda la noche en bus desde Puente Nacional, Santander, hasta Ibagué unos 376 kilómetros para escalar con nosotras el mítico calvario. Lo conocemos porque es miembro de Warmshowers y nos alojó hace días con su familia pese a encontrarse de viaje. Así pues, sólo hemos hablado por teléfono. 



La Línea es emblema del ciclismo nacional. 57 kilómetros cuesta arriba y 3288 metros sobre el nivel del mar. El tramo más difícil de la Vuelta a Colombia. Un trayecto que nosotros coronamos en dos días con 25 kilogramos de peso en el lomo y la paciencia de un monje budista. Entre sorbos del café más rico del mundo, nieblas matinales, aguaceros y un paisaje tan exuberante y húmedo que corta la respiración. 



Lo pasamos bien, reímos, tomamos agua de panela caliente con queso para reponernos y seguir escalando aquel calvario de cuestas y trasiego de trailers y camiones a gran velocidad obligados a transitar este tramo de la Ruta Nacional 40 que enlaza Bogotá con la Ciudad de Cali. Para más inri, es fin de semana y a la fiesta de vehículos se unen turistas y domingueros.



El sábado a mediodía llegamos a Cajamarca colorados como gambas después de 33 verticales kms desde Ibagué y la ligera ausencia de oxígeno _ 1814 m. de altura_

Tenemos tanta hambre que decidimos hacer un alto en el pueblo para comer antes de buscar un lugar para acampar. Cajamarca es un pueblo agrícola atrapado en la alta orografía de la Cordillera Central. Sus habitantes se sorprenden a nuestra llegada y nos miran con tal asombro que cualquiera diría que han visto un grupo caminantes salidos de The Walking Dead terriblemente afectados. 

Pedimos un almuerzo completo para cada uno. Con un almuerzo en Colombia comes durante tres días si quieres. Pero nosotros terminamos con el menú en dos segundos bajo un silencio sepulcral. Sólo se oye el ruido de los cubiertos golpeando la loza. 



Buscamos un lugar para acampar a las afueras del pueblo, entre unas vacas. Marika cae redonda la primera. Le ha sentado mal el almuerzo para campeones. Los ronquidos se oyen en Ibagué. Mario y yo decidimos seguir sus pasos y desaparecemos en nuestras respectivas tiendas durante dos horas de plácida, reponedora y dulce siestorra que nos sienta de maravilla. 



Después abrimos un vino dulce que he comprado en Cajamarca y que sabe a jarabe para la tos y tomamos unos traguitos mientras hablamos del sentido de la vida observando la luna nueva despuntando entre las nubes. Los mosquitos se unen a la fiesta.



Al día siguiente Marika no se siente nada bien. Pedalea entre náuseas y vómitos y se ha puesto muy amarilla. Paramos frecuentemente para que descanse y se reponga. Propongo abortar la misión y coger el bus, pero como siempre, la letona no quiere oir hablar de tirar la toalla, ni de lejos. 


No se cómo, pero a las dos y media de la tarde la letona consigue coronar el Alto de la Línea, uno de los puertos más duros del ciclismo mundial (3265 mt), enferma y a punto de desmayarse, con una sonrisa de oreja a oreja y temblando de frío. ¡Ah sí! ¡Claro que sé cómo lo hizo!! Es que ella... ES MUJER... :)

Saltamos de la emoción, gritamos y celebramos nuestro éxito reconociendo que no hay satisfacción mayor en el mundo que LLEGAR A LA META pese a la distancia y  los obstáculos que encontremos en el camino. Por muy lentos que vayamos, lo importante es que no nos detengamos. 


Iniciamos un descenso vertiginoso desde el Alto de La Línea con un ligero aguacero y un frío que pela. Antes nos abrigamos bien y ajustamos los frenos para descender 28 km por uno de los tramos más peligrosos de este viaje. Miles de trailers descienden en columna por tramos y rampas de hasta el 13% clavando los frenos y regalando un valse de aromas a quemado. 

Tengo miedo porque la calzada está mojada, al igual que mis frenos V-Brake, y la bicicleta va muy cargada. Tengo todos los puntos para acabar hoy debajo de las ruedas de un camión. 


En ocasiones el tráfico lento se detiene y se forman pequeños atascos que aprovechamos para avanzar más rápido por el arcén. 

Contemplo a otros ciclistas que suben La Línea enganchados a la parte de atrás de los camiones con cuerdas de nylon. Qué tramposos. Pero los envidio a pesar del peligro que corren. En España la Guardia Civil los metería en chirona una temporadita y aquí como si nada. La seguridad en las carreteras es aún una asignatura pendiente en Colombia. 

A las cuatro y media llegamos a Armenia, capital del departamento de Quindio, uno de los núcleos del Eje Cafetero y de la economía nacional. 



Empapados, congelados, estresados y agotados pero felices de terminar la peligrosa aventura vivos. A pesar del sufrimiento y sobre todo de la tensión en la última etapa debido al tráfico, me lo he pasado muy bien con Mario y Marika. 


Mario es un tipo sensacional con quien me gustaría compartir otra odisea. Marika es mi mejor amiga y además de pasarlo bien con ella aprendo de ella porque es la mejor persona que conozco. La letona aguantó el tirón con amibiosis en la barriga y la tensión por los suelos. Qué orgullosa estoy de mi equipo...



















Fotos Marika Latsone
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