27 de Octubre.
Salinas de García Mendoza – Tahua
Nos despedimos de Roger
Pérez, el dueño del hotel Camana Inn de Salinas Garci Mendoza, el ángel que nos
vino a rescatar en mitad del desierto hace un par de días, y salimos otra vez a la
aventura. También nos despedimos de dos norteamericanos que pedalean
desde Alaska. Son de California y no tienen más de veinte años y también se alojan en el hotel. Compramos pan de quinoa en la
tienda aledaña y ponemos rumbo hacia el Salar de Uyuni con la satisfacción y la emoción de saber que mañana lo "nadaremos" por fin.
Una carretera de tierra
nos conducirá al pueblo de Tahua, la población más septentrional
del gran desierto de sal, coronada por un volcán enorme.
La vía es off road pero
comienza siendo relativamente cómoda unos veinte kilómetros.
Después, la arena y las cuestas nos obligan a empujar nuestras bicis
en tramos cada vez más frecuentes, lo cual no sería un problema si
no estuviéramos a 3730 metros sobre el nivel del mal.
Mi corazón se
desboca con frecuencia y la única forma de controlarlo es
descansando cada vez que ejecuto un gran esfuerzo. Nuestras bicicletas
son muy pesadas y se entierran con facilidad en la arena que cubre
gran parte de este segundo tramo debido a la gran afluencia de
vientos fuertes en las últimas semanas en la zona.
Pero no sólo me detengo
habitualmente para descansar, también para contemplar boquiabierta
el espectacular ecosistema que rodea el Volcán Tunupa, que tiene una
altura de 5.432 metros, rodeado de salar y de formaciones rocosas. El
contraste cromático del lejano blanco del mar de sal y las cobrizas
tonalidades de las formaciones rocosas del entorno del volcán nos
transmiten a otra dimensión. En ocasiones me pregunto si es que
recorro otro planeta.
El tráfico es
prácticamente nulo y en todo el día sólo vemos pasar un par de
camionetas y algunas motos. Esta vez el desierto es auténticamente
nuestro. Nos sentimos libres y seguras en aquel entorno desolado y
misterioso, donde no vemos a nadie.
De vez en cuando pasamos por
pequeñas aldeas pero no vemos a absolutamente nadie. Ni siquiera un
perro nos sale a ladrar. Nos preguntamos dónde está todo el mundo!
Sólo encontramos a un señor de avanzada edad sentado con unos
pequeños prismáticos en la puerta de su casa. Junto a la vivienda
hay una furgoneta Wolskwagen hippie antigua desvencijada de color
verde claro, la furgo de mis sueños. Le pido a Marika que me haga
una foto junto a aquella maravilla tan oxidada por el tiempo. Estamos
a 22 km de Salinas y el señor nos señala dónde está Tahua. _Detrás
de aquel cerro, _indica. _Todavía tienen unas tres horas de camino, _sentencia.
Tres horas de camino?,
Pero si está ahí mismo, le digo al viejito. Pues tardamos justamente
eso, tres horas en en llegar a nuestro destino, debido a los
arenales, las subidas y la altura. La vejez y la sabiduría, aprueba una vez más.
Por el camino tropezamos
con numerosas manadas de llamas que se cruzan en la carretera y se
nos quedan mirando extrañadas en lugar de huir. A veces me detengo a
hablar con ellas y yo diría que me entienden, "Marika, mira, esta me
acaba de decir que sí con la cabeza". Marika hace un mohín de
resignación y sigue pedaleando mientras yo permanezco de cháchara
con la llama que no me deja terminar y acaba retirándose y bajando
la cabeza para continuar rumiando hierba.
A las 3.00 de la tarde
coronamos la montaña que rodea Tahua, localidad a orillas del mar de
sal que pertenece al departamento de Potosí. Contemplamos
maravilladas el pueblo que se funde con desierto de sal. Los ocres y los verdes del entorno irregular donde descasa la localidad se mezclan de
súbito con el blanco azulado de la sal del desierto plano como un mar de agua.
Por fin encontramos algunos
habitantes en un pequeño pueblo, tarea nada fácil desde Santiago de
Huari hasta aquí. Saludamos a los lugareños mientras pasamos por la
plaza principal y buscamos algún hospedaje sin éxito. Bueno,
Marika, nos va a tocar acampar en alguna parte del pueblo.
Pero tenemos un hambre
voraz y se nos antoja cocinar en medio de la calle porque no podemos pensar con el estómago vacío. Nos sentamos en una acera y sacamos
el pequeño menaje de camping y algunas viatuallas y en quince
minutos estamos devorando un arroz a los cuatro quesos instantáneo
que nos sabe a gloria ante el asombro de la población indígena que
transita la vía.
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